Ayer, cuando pasaba por ahí, miré con detenimiento y noté que estaba trabajando en lo que sería un próximo balcón. Tenía puesto su casco, tenía guantes y zapatos de seguridad. También noté que tenía puesto el arnés, pero que no estaba enganchado en la línea de amarre.
No sé si fue el sentido común. Sinceramente lo dudo. O tal vez haya sido la responsabilidad que tengo y la necesidad de vivir con la conciencia tranquila. Pero lo cierto es que inmediatamente me acerqué, lo llamé y hablé con él, a pesar de que quería retornar rápidamente a sus tareas.
“Es incómodo”, me dijo para justificar por qué no se enganchaba. Pero enseguida, sin que yo agregara nada reconoció “pero es peligroso ya sé”. No hizo falta mucho más. Hablamos un rato, me contó un poco de su trabajo, de su hijo y de sus cosas y terminamos concluyendo que en estos pequeños detalles se pone en juego ni más ni menos que la vida.